Hermanas siamesas
(Discurso de presentación de Curso de narrativa. La técnica y el arte, de Ángeles Lorenzo. Domingo, 16 de diciembre de 2012)
Desde que Nines y yo nos conocimos en la universidad de Filología, me he sentido más vinculada a ella que —diría yo— a algunos de mis familiares cercanos, y sin que lo hayamos pretendido en ningún momento, nuestras vidas han estado tan indisociablemente unidas como las de dos hermanas siamesas. Quizá por eso me resulta tan difícil realizar esta presentación.
Lo primero que recuerdo de ella es que era la única que me dejaba los apuntes en la universidad y que tenía una letra completamente ilegible —y la sigue teniendo—. Yo apenas iba a clase porque trabajaba y además porque siempre me deprimió bastante la universidad. Así que puedo decir que gracias a Nines me hice experta en jeroglíficos y también gracias a ella conseguí concluir aquella concatenación de asignaturas muy literarias todas pero que nada tenían que ver con lo que yo entendía por literatura, algo que vivía mucho más de cerca en el taller literario en el que trabajaba.
Porque por aquel tiempo yo trabajaba en el taller literario a distancia Fuentetaja a las órdenes de mi hermano, y en el verano del 95 Nines comenzó a trabajar con nosotros, ya que empezábamos a no dar abasto. En aquella época «a distancia» significaba «por correo postal», y realmente aquello se parecía más a una sucursal de correos que a una oficina. Abrir y cerrar sobres es de las acciones que más hemos repetido en nuestra vida Nines y yo, aparte de tropezarnos siempre en la misma piedra. Menos mal que ahora está Internet y que la piedra la tenemos más pulida que un papel de fumar...
Recuerdo que por aquel entonces yo era —puede que lo siga siendo— una especie de erizo autista que se relacionaba con el mundo con suma dificultad, dejándose los pinchos y de paso parte de la piel allá por donde pasaba. Nines y yo trabájabamos en habitaciones contiguas de la oficina, que en realidad era la casa de mi hermano en Lavapiés, o sea que Nines trabajaba en el salón y yo en el dormitorio, y a veces para coger el teléfono teníamos que sortear el tendedero con los calzoncillos de mi hermano tendidos. El caso es que yo en lugar de dialogar, me solía comunicar con ella por medio de post its de color fucsia que dejaba pegados en su escritorio. Quizá lo primero que tengo que agradecerle a Nines (aparte de que me dejase los apuntes en la universidad) es que aceptase con estoicismo mi torpísima forma de relacionarme con los seres humanos.
El caso es que estamos en el verano del 95 (hace la friolera de dieciocho años) y Nines es la chica para todo del Taller literario Fuentetaja. Va a Correos, hace fotocopias, coge el teléfono, abre y cierra sobres, clasifica las fichas de inscripción..., aunque en pocos meses, en enero del 96, ya empieza a dar clases a distancia, simultaneándolo con lo de abrir y cerrar sobres y también con meterse de cabeza en un Doctorado en Literatura Hispanoamericana y en una tesis sobre los relatos de César Vallejo que la traerá de cabeza unos cuantos años, hasta que se dé cuenta (gracias también a lo que va aprendiendo como profesora de Escritura Creativa) de que Vallejo es tan pésimo cuentista como magnífico poeta, y que no merece la pena realizar una tesis entera para confirmar su nulidad como narrador.
A partir de ahí hay unos años un poco turbios, para Nines y también, casualmente, para mí, su hermana siamesa. Mi padre murió en agosto del 97 y yo abandoné el taller de mi hermano a finales de ese año de una forma de lo más traumática y catártica. A Nines no se le murió el padre, pero sí su director de tesis, Jesús, alguien muy querido para ella, y poco después se separó de su marido y comenzó a trabajar como autónoma. De alguna forma, las dos nos independizamos por primera vez, cada una a su manera. Digo por primera vez porque la vida de ambas ha sido una perpetua Guerra de la Independencia.
Corría pues el año 2000 y Nines trabajaba en casa escribiendo materiales didácticos para el taller Fuentetaja, e impartiendo talleres a distancia en Fuentetaja y también en Escritores.org. Aparte, daba cursos en centros de profesores de Almería, Valencia, etc. También empezó a trabajar con Enrique Páez, a quien ayudó en la confección de su manual Escribir, y también impartió en su taller (en el que yo trabajaba por aquella época, qué casualidad) un curso de literatura experimental, en el que hacía escribir a los alumnos jitanjáforas, grafitis, poemas dadaístas, novelas colectivas, etc. Por si todo esto fuese poco, llevaba en Fuentetaja el servicio de corrección de textos, aceptaba trabajos por encargo (como la coordinación y edición del libro de los alumnos), etc.
Pero de nuevo se vio metida en demasiadas cosas que no le convencían, y lo único en lo que podía pensar era en independizarse del taller Fuentetaja, de Escritores.org, etc., o sea, independizarse de su anterior independencia, así que decidió montar sus propios talleres, y así se inauguraron los Talleres Literarios Pandora, que tomaron prestado el nombre del precioso Café María Pandora, junto al Viaducto, donde Nines empezó a impartirlos.
Abrió una página web (recuerdo que era toda en tonos morados, ¿verdad?), hizo trípticos, se pateó todo Madrid repartiéndolos, e incluso se inventó un concurso de microrrelatos para promocionar el taller en la feria del Libro. Yo recuerdo que me la encontré por allí, exhausta y llena de la arenilla esa del Retiro que en verano se te pega hasta en las pupilas. Los encuentros con Nines en mi memoria se revelan así. A lo mejor nos tirábamos meses sin vernos o sin hablar y de pronto nos topábamos, nos mirábamos, y al instante surgía el punto de conexión, aquello que nos convertía en siamesas.
Durante esos años yo me había dedicado a montar y llevar los cursos por Internet del taller de Enrique Páez, y después me había independizado (en lo que fue mi 2ª independencia), ya que Enrique no se quería hacer responsable de la parte de Internet y me pidió que nos separáramos. Así nació la Escuela de Escritores, en el año 2001, que empezó funcionando con muy poquitos grupos a distancia (esta vez "a distancia" significaba "por Internet", afortunadamente), en los que Nines impartía Novela. Como anécdota, uno de sus primeros alumnos de Novela fue Antonio Villalba, el famoso poeta que luego dio nombre al Concurso de Cartas de Amor que se convoca anualmente para el día de San Valentín en la Escuela de Escritores.
El caso es que ese día, el día en que Nines y yo nos encontramos en la Feria del Libro, debía ya correr el año 2003, la Escuela marchaba bastante bien, y estaban a punto de cumplirse los dos años en que yo me había comprometido con Enrique a no abrir talleres presenciales. Así que, al ver a Nines tan arenosa y tan cansada, se me ocurrió proponerle que uniese todo ese esfuerzo ingente que estaba haciendo con sus talleres Pandora al esfuerzo que en la incipiente Escuela de Escritores estábamos haciendo ella misma y otras personas, como Javier Sagarna, Daniel Saavedra, Mariana Torres, otros profesores y yo.
Recuerdo muy bien la discusión que tuvimos, porque Nines quería conservar a toda costa el nombre de sus talleres, Pandora, y a mí me parecía precioso, pero insistí en que sería contraproducente que los talleres presenciales de la Escuela de Escritores llevaran otro nombre distinto que el de Escuela de Escritores. En realidad, la dificultad de renunciar al nombre supongo que no era más que un símbolo de la desazón que le producía una renuncia mayor, la de abandonar a su bebé recién nacido y con él la libertad de criarlo a su antojo. Es decir, la renuncia a esa Independencia con mayúsculas y posiblemente utópica que ambas nos hemos tirado toda la vida persiguiendo con la lengua fuera.
Nines estaba orgullosa de su bebé pero muy cansada también de tanto esfuerzo solitario, su pequeño taller podía verse beneficiado con mi propuesta, y además le apetecía que volviéramos a trabajar juntas. Así que con todo el dolor de su corazón cerró la página web morada de los talleres Pandora y se reconvirtió en la responsable de lo que a partir de entonces serían los talleres presenciales de la Escuela de Escritores.
En el primer grupo de Relato que había impartido en el café Pandora, uno de sus alumnos, Miguel Tébar, resultó ser el director de una librería llamada La Librería, sita en la calle Mayor, y esa fue la primera sede de los talleres presenciales de la Escuela de Escritores. Julio Espinosa impartía Poesía, Clara Redondo impartía Redacción y Estilo, y Nines impartía Relato y Novela. Ese año se llegó a tener 40 alumnos.
Aquí no puedo dejar de mencionar a una fiel compañera de Nines que la siguió a lo largo de tres sedes diferentes: una mesa extensible que le proporcionó su cuñado, y que era una especie de infierno con patas. Tenía miles de piezas y herrajes, y Nines tenía que abrirla ella sola cada vez que había clases, tirando con un brazo de cada lado. A día de hoy la conserva en casa, y ni ella ni nadie es capaz de abrirla sin ayuda, lo que viene a ratificar que lo extensible quizá no eran tanto la mesa o sus brazos como el inusitado vigor de Nines en aquel tiempo.
Cuando la sede de La Librería se quedó pequeña, Nines la trasladó a la calle Olivar, en Lavapiés. Ese año, el 2005, hubo unos 80 alumnos presenciales y unos diez profesores impartiendo clases. Yo estaba embarazadísima de mi primer hijo y la tamaña supuesta independencia que me había buscado siendo empresaria empezaba a pesarme una barbaridad, así que decidí hacer una sociedad limitada para repartir ese dechado de libertad que era la Escuela de Escritores entre varios, en los que Nines estaba —por supuesto— incluida.
Y en el 2006, con mi hijo Elmo de pocos meses, el peso de lo que yo misma había deseado hacer con mi vida acabó de abatirme y decidí abandonar la dirección de la Escuela y cedérsela a Javier Sagarna. Cuando se llevó a cabo el traspaso, los talleres presenciales regentados por Nines dejaron de ser una franquicia y pasaron a integrarse dentro de las actividades de la Escuela como una más. Se cambió la sede a la calle Ventura Rodríguez, y por aquel entonces Nines, como responsable de los cursos presenciales, se dedicaba a organizar, gestionar, hacer cuentas, comprar muebles para las aulas, contratar profesores, etc. Yo, mientras tanto, tenía a mi segundo hijo y me arrastraba como un alma en pena entre la maternidad, la escritura y la frustración.
Tres años después, en el 2009, la sede se volvió a quedar pequeña y la Escuela se trasladó a la sede actual, en la que nos encontramos. Recuerdo cada traslado principalmente por lo que repercutía en Nines, meses de búsqueda de locales, coordinación, compras, mudanza, etc. A mí me daba cansancio solo mirarla, pero ella en ningún momento perdía el ánimo ni su inmensa vitalidad, al contrario que yo, que la tenía por los suelos.
Este, el 2012, ya es el cuarto año de la Escuela en Francisco de Rojas, y Nines continúa siendo la responsable de los cursos presenciales, la responsable de materiales didáctos y la responsable de publicaciones (del libro anual que se edita con relatos de los alumnos). Asimismo, lleva la logística y el mantenimiento de la sede. A lo largo de estos años ha impartido también cursos de Novela, Proyectos Narrativos, Técnicas Narrativas, Relato Breve, Escritura Creativa, El Gozo de Escribir... Y en el máster imparte la asignatura de Teoría de la Literatura. ¡Ah! Y actualmente tiene abierto un magnífico curso de Relato Largo en el que aún quedan plazas libres.
Y lo que nunca ha dejado de hacer, en estos dieciocho años de carrera laboral en los talleres literarios, ha sido escribir materiales didácticos. Desde que empezó en Fuentetaja con la revisión y confección de los libros de materiales, hasta los temarios de los cursos que iba impartiendo, y las decenas de temas que ha escrito para la Escuela y que se han venido usando en los cursos de relato y de novela, y de los que nos hemos aprovechado y nos seguimos aprovechando todos los profesores que impartimos clase aquí. Así que os puedo asegurar que este libro es un compendiio del rigor y la sabiduría derivados de tantísimos años de enseñanza de la escritura.
Si algún rato puede quedar libre en una vida tan entregada al trabajo como la de Nines, ella lo usa para escribir ficción. Ha escrito muchos relatos breves y ha quedado finalista en un par de premios. Escribió también una novela corta y ahora está escribiendo otra.
Y bueno, lo que se puede decir es que este libro supone para ella, y casualmente también para mí, cómo no, un cambio de etapa. En él están condensados dieciocho años de vida, de esfuerzo, de tesón, de ilusiones, de empuje, de una gran generosidad puestos a disposición de los demás, tanto alumnos como compañeros de trabajo. Cuando me entregó Nines el libro hace unos días, eché un vistazo al índice y me entró una terrible nostalgia y ternura, como si fuese una carta de amor lo que estaba leyendo. Y es que realmente no estoy presentando un libro, sino a una persona; bueno, a dos unidas por el pegamento del amor a su oficio.
Una cosa que siempre me ha parecido curiosa es el vaivén de cargos que nos hemos traído Nines y yo. En la primera época que trabajamos juntas, yo era su jefa y ella era mi empleada. Después nos separamos, pero nuestro poderoso imán nos volvió a juntar como compañeras en el taller de Enrique. Luego fui otra vez su jefa en la Escuela de Escritores y, cuando dejé la dirección para ser una profesora más, ella pasó a ser mi jefa como responsable de los cursos presenciales. Y la verdad es que entre nosotras nunca han tenido mucha importancia esos roles de poder. Arriba y abajo son, supongo, dos conceptos absurdos para dos personas que están unidas por la cintura. Pero lo que me parece más asombroso de todo es que, aun con ese poderoso vínculo, nuestra relación nunca se ha basado en lazos de dependencia, sino de independencia. Siempre hemos sido dos culos de mal asiento con muchas —a veces demasiadas— ganas de cambiar las cosas en nuestra vida y a nuestro alrededor, estemos donde estemos, y solo mirarnos la una a la otra nos reafirma en nuestra postura vital. Yo ya voy por la cuarta o la quinta independencia, y ella también.
Karen Blixen (Maryl Streep) en Memorias de África, cuando después de lograr por fin los favores de Denys Fynch Hatton (Robert Redford), y que a este le dé por marcharse de safari cada dos por tres, dice una gran verdad: «Dios me ha castigado escuchando mis plegarias». En nuestro caso, aún no ha aparecido por nuestra puerta Robert Redford (aunque no perdemos la esperanza, ¿verdad, Nines?), pero lo que sí puedo decir es que hemos sido castigadas una y otra vez con el cumplimiento de casi todos nuestros deseos. Eso nos hace muy fuertes (sabemos que podemos conseguir casi cualquier cosa que nos propongamos) y también muy vulnerables (sabemos que eso no nos servirá de mucho, dado nuestro temperamento).
Pero, sobre todo, estos dieciocho años de vida en común han forjado una amistad indisoluble, una admiración y un agradecimiento mutuos enormes, y el convencimiento de que en la vida hay cosas más importantes que sus vaivenes. Así que bienvenido sea este nuevo salto al vacío de Nines que deja atrás dieciocho años de entrega exclusiva —en cuerpo y alma— al trabajo.
¡Ah! Y el libro. Bueno, pues el libro casi mejor que lo presente Nacho Ferrando, porque a mí me ha dado por hablar de otras cosas, como habéis podido daros cuenta.
0 comentarios