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En algún momento tenía que decírtelo

Llegada a Ítaca

Llegada a Ítaca

[La construcción del personaje literario, 1998, parte III ("...hasta la persona"), capítulo 1 ("Del escritor"), apartado 1]

Tuyas, no mías, tejo estas guirnaldas,
que en mi frente renovadas pongo.
Para mí teje las tuyas,
que las mías no veo.
Si no pesa en la vida mejor gozo
que vernos, veámonos, y, viéndonos,
sordos conciliemos
lo sordo insubsistente.
Coronémonos pues unos a otros,
y brindemos unísonos a la suerte
que hay, hasta que llegue
la hora del barquero. 

Ricardo Reis

(Cuando emprendas el camino hacia Ítaca
ruega que tu camino sea largo,
rico en aventuras y descubrimientos. 

No temas a los lestrigones, a los cíclopes
o al colérico Poseidón;
seres tales jamás encontrarás en tu camino
si mantienes en alto tu ideal,
si tu cuerpo y tu alma se conservan puros.
Nunca verás a los lestrigones,
a los cíclopes o a Poseidón,
si de ti no provienen,
si tu alma no los yergue frente a ti.

Enlodado, cubierto de polvo y sudor, exhausto, ausente, feliz y desgraciado, el escritor termina su obra y abandona al personaje a su suerte, que ya está echada. Llegamos así al final del camino. Pero el final es un extremo, y un extremo es también inicio. Volvemos de esta forma al comienzo, a la inmensa soledad del escritor frente a su creación. Porque lo primero que sentirá el autor al finalizar su obra es un vacío tan hondo como el que sintió antes de emprender el viaje, frente al papel en blanco. Resulta más profunda, si cabe, esta segunda soledad, porque es la de quien ha estado acompañado y ya no lo está.

(Ruega que tu camino sea largo,
que sean muchas las mañanas de verano,
cuando con placer y alegría llegues
a puertos nunca antes vistos. 

Ancla en mercados fenicios y hazte
de toda suerte de bellas mercancías:
madre perla, coral, ámbar, ébano
y perfumes voluptuosos de todas clases.
Compra todos los aromas sensuales que puedas,
y ve a las ciudades egipcias a aprender de sus sabios.

Los personajes han sido algo más que amenos compañeros de viaje. El autor ha sentido las dichas y el sufrimiento de sus criaturas como si fueran los suyos —¿y acaso no lo eran?—. Cuando le tocó deshacerse de alguno de ellos tuvo jaqueca y discutió con su pareja. Había días en que creyó que el protagonista se le moría entre frases agonizantes, y en esas semanas la casa se llenaba de telarañas y de sombras negras; después lo sacó a flote, menos mal, y entonces se sintió feliz, lleno de vida. Cuando tuvo que organizar la intriga y descolocar las secuencias en favor del conjunto, sintió náuseas de cirujano chapucero jugando con vidas humanas. En otras ocasiones, la inspiración se le subió a la cabeza en forma de fiebre y escribió frondosos discursos que luego reputó inútiles...

(Ten a Ítaca siempre en tu mente.
Llegar allí es tu meta,
pero no apresures el viaje.
Es mejor que dure mucho,
y mejor anclar cuando seas viejo. 

Lleno de la experiencia del viaje,
no esperes la riqueza de Ítaca.

Y ahora, después de todo eso, lo invade una mezcla de hastío, remordimientos, tristeza, abandono y desaliño. Mira de reojo su novela, siente escalofríos como junto a un cadáver y se queda velándola como a un ser amado por su vitalidad pero que permanece, de pronto, incomprensiblemente exánime. La acaricia, pasa las hojas llenas de hormigas, se pregunta si alguna vez tuvieron sentido o si lo tendrán en alguna ocasión para otras personas. Finalmente, deprimido, se va a la cama. Mañana será otro día.

(Ítaca te ha dado un bello viaje.
Sin ella jamás lo hubieras emprendido;
pero no tiene más que ofrecerte,
y si la encuentras pobre,
no es Ítaca quien te ha defraudado. 

Con la sabiduría ganada,
con tantas experiencias,
habrás comprendido
lo que las Ítacas significan.)

 

1 comentario

Inés -

Mi poema favorito. Adoro a Cavafis. El viernes regresó a mi vida por casualidad, entré en una librería a comprar a Proust y salí con los dos cogidos de la mano, también los acompañaba Brecht.
Y hoy lo leo aquí. Lo que digo: la vida se entrama tan bien ella solita.